Permanecer más significa más de Dios en su vida - Vivir en la Presencia
(por Bruce Wilkinson)
Cuando llegué a casa de vuelta de mi reunión con George, hice tres sencillos compromisos con el Señor para el año siguiente. Esto es lo que iba a hacer:
-Levantarme a las cinco todos los días para leer la Biblia.
-Escribir una página entera en un diario espiritual.
-Aprender a orar y a buscarlo a Él, hasta que lo hallara.
Recuerdo todavía la primera línea de mi primer diario espiritual: “Amado Dios, no sé qué decirte”. Un día tras otro, miraba lo que había escrito. En cada página veía la verdadera razón de que mi agitada vida cristiana me dejara un sabor tan insípido en la boca: me había convertido en un experto en servir a Dios, pero de alguna forma me las había arreglado para seguir siendo un novato en cuanto a ser amigo suyo.
Pero seguí adelante. A mediados del segundo mes, las cosas comenzaron a cambiar. Era como si una grandiosa Presencia entrara a mi habitación en aquella hora temprana y se sentara cerca de mí. Las incoherentes anotaciones del diario se convirtieron poco a poco en confesiones personales para Aquél que me escuchaba. Su pasión por mí, sus propósitos con mi vida —no sólo con la idea de mi vida, sino con aquel día, aquella hora y aquel minuto en particular— comenzaron a brotar de las páginas de mi Biblia.
Eso sucedió hace más de quince años. Los placeres del permanecer —y sus extraordinarios beneficios— han definido de nuevo el alcance y el impacto de la obra de Dios a través de mí. Veo fruto dondequiera que me vuelvo. Sin embargo, ni una sola uva es producto de que yo haya trabajado más duro.
Le aseguro que no poseo ningún conocimiento especial en estas cuestiones; hay generaciones de discípulos maduros que han ido por delante de mí en este camino. No obstante, que yo sepa, la gran mayoría de los hijos de Dios viven hoy ignorantes de la promesa y la práctica de este permanecer. Como consecuencia, no alcanzan el nivel de “mucho fruto” representado por el cuarto canasto desbordante.
Tal vez usted se encuentre dentro de esa mayoría. No está seguro de cómo se produce en realidad una experiencia espiritual desbordante. Y quizá se pregunte: “¿Cómo es posible que con sólo permanecer baste para subir a los niveles más altos de fecundidad?” Oro para que en las próximas páginas usted encuentre las respuestas.
La persona con la que se permanece
Este permanecer se relaciona con la amistad más importante de nuestra vida. No mide lo mucho que usted sepa sobre su fe o su Biblia. Al permanecer, usted busca, escudriña, siente sed, espera, ve, conoce, ama, oye y reacciona ante... una persona. Permanecer más significa más de Dios en su vida; más de Él en sus actividades, pensamientos y anhelos.
En nuestra agitación al estilo occidental por hacer y rendir para Dios, muchas veces fallamos en la tarea de limitarnos a disfrutar de su compañía. No obstante, fuimos creados para sentirnos insatisfechos e incompletos cuando tenemos menos que esto. En palabras del salmista: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía” (Salmo 42:1).
Si sentimos una necesidad tan profunda y constante de esta relación, ¿por qué tan pocos de nosotros la buscan fervientemente? Estoy convencido de que una de las razones principales es que en realidad no creemos que le agrademos a Dios. Por supuesto, creemos que Él nos ama, en un sentido teológico (”Dios ama a todo el mundo, ¿no es cierto?”), pero no sentimos que le agrademos de manera particular. Estamos convencidos de que recuerda todas las cosas malas que hemos hecho en el pasado, y juzga enseguida lo que estamos haciendo ahora. Damos por sentado que es impaciente, que está ocupado con cosas más importantes, y que se resiste a pasar tiempo con nosotros.
¿Qué ganas va a tener nadie de pasar tiempo con una persona que se siente así con uno? Si usted fuera a hacer una lista de las cualidades de su mejor amigo, supongo que va a anotar cosas como “Me acepta”, “Siempre tiene tiempo para mí”, y “Siempre salgo de su presencia animado”. Lo que usted valora en su mejor amigo es precisamente lo que Dios le ofrece. Él es digno de confianza y paciente. Cuando lo mira a usted, no trae a la mente los pecados que usted le ha pedido que le perdone. Sólo ve a un hijo amado; a un digno heredero.
Y este Dios —su Amigo— quiere permanecer con usted más de lo que usted quiere permanecer con Él. Jesús dijo: “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor” (Juan 15:9). ¿Captó esto? ¡Permaneced, deleitaos, hallar el amor verdadero “en mi amor”!
Si habitáramos de verdad en su amor, saldríamos de allí sintiéndonos tan fortalecidos, tan amados, tan aceptados, que nos apresuraríamos a volver a Él cada vez que nos fuera posible.
(Tomado de Editorial Unilit)