LA ADORACION Y LA MUSICA EN LA BIBLIA
(Eduardo Nelson G.)
INTRODUCCION
“Venid, adoremos” es el mandato dado por el salmista a los hebreos. ¿Por qué? Porque adorar es tan natural como respirar. “Como ansía el venado las corrientes de las aguas, así te ansía a ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo…” (Sal. 42:1, 2a). Esta es la respuesta del salmista.
El llamado a la adoración de Dios tiene su origen en el corazón de Dios mismo. Dios nos formó para que tuviéramos comunión con él. Dios tomó la iniciativa en buscar el encuentro con los seres humanos. Pascal dejó constancia de este hecho cuando dijo: “En mis meditaciones descubrí que buscando a Dios, Dios me había encontrado a mí.” El amado Juan describe el anhelo del Señor de tener comunión con sus seguidores: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él, y él conmigo” (Apoc. 3:20).
Si Dios no existiera, los seres humanos lo fabricarían. Dice Martín Lutero: “Tener un Dios es adorar a Dios”. Pero el hecho es que nuestro Dios existe y reclama nuestra respuesta a su amor. Esta respuesta viene en forma de comunión que llega a ser un estilo de vida para el cristiano. Como dice El Catecismo Breve de Westminster: “El propósito principal del hombre es conocer a Dios y gozarle para siempre.”
El conocimiento de la verdad de Dios es revelado al creyente por medio de la comunión. Junto al pozo de Jacob, Jesús advirtió a la mujer samaritana acerca de la cualidad que debe tener la comunicación con el Padre, diciendo: “Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre busca a tales adoradores que le adoren. Dios es espíritu; y es necesario que los que le adoran, le adoren en espíritu y en verdad” (Juan 4:23, 24).
¿Qué es la adoración? En verdad, es mucho más fácil describir la adoración que definirla. Siendo que la adoración es una experiencia personal con Dios, cada individuo tiene su propio encuentro con Dios. Nos acercamos al Señor con preparación diferente, tanto emocional como espiritual. Por ejemplo, si hay 50 personas en un culto de adoración, habrá posiblemente 50 experiencias diferentes de adoración. Como “experiencia” y no “cosa”, es más fácil describir la adoración que definirla.
Se puede describir la adoración en distintas maneras: “La adoración es el reconocimiento del valor supremo de Dios, y la manifestación de reverencia en la presencia de Dios”; “la adoración es la respuesta de la criatura a lo eterno”; “la adoración es la respuesta humana a la revelación de Dios en Cristo”.
La descripción de William Temple ha sido una inspiración para muchas personas: “Adorar es despertar la conciencia por la santidad de Dios, alimentar la mente con la verdad de Dios, purificar la imaginación por la hermosura de Dios, abrir el corazón al amor de Dios y dedicar la voluntad al propósito de Dios.”
Bruce Leafblad describe la adoración según el contexto neotestamentario. Dice él: “Adoración es comunión con Dios en la cual los creyentes por gracia centran la atención de sus mentes y el afecto de sus corazones en el Señor mismo, humildemente glorificando a Dios en respuesta a su grandeza y a su Palabra.”
El tema de la adoración se amplía cuando se considera la adoración como un encuentro con Dios, comunión con el Señor, la respuesta del hombre a la revelación que de sí mismo ha hecho Dios, una experiencia continua de diálogo con Dios, ofrenda, celebración y drama.
Mirando la palabra “adoración” más a fondo, se ve que viene del latín y expresa la acción con que los “reyes magos” rindieron culto al recién nacido Jesús. La palabra “adorar”, por lo tanto, significa “reverenciar” y honrar con sumo honor a Dios con el culto religioso que él merece. También significa “amar en extremo”, “orar”; es decir, hacer oración. En la adoración van implícitas las palabras “mérito, valía, consideración, importancia, dignidad, excelencia y precio”. Así que, la adoración significa reconocer y declarar la excelencia de Dios. En ella, el creyente reconoce el supremo mérito de Dios, que es el único digno de ser adorado. Dios es absolutamente digno, él es merecedor del más grande reconocimiento. El salmista, con verdadera comprensión, declara: “Porque Jehovah es Dios grande, Rey grande sobre todos los dioses. En su mano están las profundidades de la tierra; suyas son las alturas de los montes. Suyo es el mar, pues él lo hizo; y sus manos formaron la tierra seca. ¡Venid, adoremos y postrémonos! Arrodillémonos delante de Jehovah nuestro Hacedor. Porque él es nuestro Dios; nosotros somos el pueblo de su prado, y las ovejas de su mano” (Sal. 95:3–7). Por lo tanto, la adoración reclama la más alta muestra de reconocimiento que la raza humana puede ofrecer a Dios.
El significado bíblico de “adoración” implica nuestra sumisión total a Dios. La palabra más frecuentemente usada para “adoración” en el AT es shajá, que significa “inclinarse, hacer reverencia”. En el acto de la adoración, el que adora se postra simbólica o físicamente, según sienta la necesidad de hacerlo, ante la presencia de Dios. Este término shajá conlleva la idea de una actitud de la mente y del cuerpo con la idea de adoración religiosa, obediencia y servicio a Dios. La actitud reverente mantenida durante la adoración es el reconocimiento de que Dios es Dios y digno de nuestro culto.
Jesús debe haber usado el equivalente de la palabra shajá o proskunéo cuando dijo a la mujer de Sicar: “Dios es espíritu, y es necesario que los que adoran, le adoren en espíritu y en verdad” (Juan 4:24). La palabra griega que se traduce como “adoración” es proskunéo, que quiere decir “besar hacia”, “besar la mano” o “inclinarse” ante otro. Otra vez el cuadro es uno de reverente temor, de postrarse hasta el polvo en completo sometimiento delante de Dios. Por ejemplo, la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, postrándose ante él (Mat. 20:20).
LA ADORACION DURANTE EL PERIODO PATRIARCAL
La primera cita bíblica registrada de un acto específico de adoración se halla en Génesis 4:3, 4: “Aconteció después de un tiempo que Caín trajo, del fruto de la tierra, una ofrenda a Jehovah. Abel también trajo una ofrenda de los primerizos de sus ovejas, lo mejor de ellas. Y Jehovah miró con agrado a Abel y su ofrenda…” La narrativa bíblica indica que Abel demostró una fe mayor porque trajo lo mejor que tenía para el Señor. El autor de Hebreos escribiendo del incipiente significado de la fe, describe la ofrenda de Abel diciendo: “Por la fe Abel ofreció a Dios un sacrificio superior al de Caín. Por ella recibió testimonio de ser justo, pues Dios dio testimonio al aceptar sus ofrendas. Y por medio de la fe. aunque murió, habla todavía” (Heb. 11:4).
Adán y Eva tuvieron otro hijo, Set, después de la muerte de Abel. A Set le nació un hijo que se llamó Enós. Es en tiempos de Enós cuando se introduce la adoración a Dios como cosa permanente (Gén. 4:26).
En tiempos de Noé se aceptaba como práctica cúltica el ofrecer sacrificios de animales. La primera cosa que hizo Noé después del diluvio fue construir un altar al Señor donde sacrificó todo animal limpio y toda clase de ave limpia (Gén. 8:20).
Dios hizo un pacto con Abraham, quien llegó a ser padre de una gran nación. Abraham se trasladó de lugar en lugar según las instrucciones de Dios. En cada lugar en que se quedó por un tiempo Abraham construyó un altar y adoró a Dios. El Señor se le apareció a Abraham en Siquem prometiendo darle la tierra en que andaba para sus descendientes. En agradecimiento Abraham “… edificó allí un altar a Jehovah, quien se le habia aparecido” (Gén. 12:7). Después se trasladó a la región montañosa al oriente de Betel y “allí edificó un altar a Jehovah e invocó el nombre de Jehovah” (Gén. 12:8).
Abraham comprobó su fidelidad y obediencia a Dios cuando estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac en respuesta al mandato de Dios. Dios respondió a la fe de Abraham proveyendo un cordero para el holocausto (Gén. 22:8). Isaac continuó la práctica cúltica de su padre, construyendo un altar en Beerseba e invocando el nombre de Jehovah (Gén. 26:24, 25).
El AT registra numerosos encuentros de adoración a Dios por parte de Jacob. Viajando de Beerseba hacia Harán, Jacob pasó la noche en un lugar donde soñó que Dios se le aparecía por medio de ángeles subiendo y bajando en una escalera que Ilegaba al cielo. Jacob despertó y dijo con confianza: “¡Ciertamente Jehovah esté presente en este lugar, y yo no lo sabía!…” (Gén. 28:16). Jacob tomó la piedra que había usado como cabecera, la levantó como memorial al Señor y derramó aceite sobre ella; le puso por nombre “Betel” (Gén. 28:18, 19). Después de la reconciliación de Jacob con Esaú, Dios le instruyó a volver a Betel, vivir allí, construir un altar y realizar el ritual de purificación y cambiarse de vestiduras (Gén. 35:1–4).
Aunque primitivo en lo formal, el aspecto de adoración familiar se ve cuando Jacob ordenó a su familia que fuera obediente a los mandamientos de Dios (Gén. 35:2). Los patriarcas creyeron en un Dios cercano y real; parece un conocimiento instintivo que la adoración está ligada a la conducta recta. Antes que la ley ritual levítica fuera dada, el AT enfatiza la necesidad de la adoración.
Hay que dejar constancia de que la adoración de los patriarcas era diferente de la de sus vecinos paganos. La adoración de los paganos se basaba en la agricultura y en los ritos de la fertilidad. Para los patriarcas, la adoración consistía en la construcción de altares, en el sacrificio de animales sin mancha y en visitas de los representantes de Dios.
DESDE MOISES HASTA LA MONARQUIA
Dios había dado a conocer su presencia a Moisés en el monte Horeb, el monte de Dios, en la experiencia de la zarza que ardía y no se consumía. A Moisés se le pidió que se quitara el calzado puesto que estaba en tierra sagrada. El mandato de Dios indica una actitud de reverencia en la presencia del Santísimo. Esta experiencia de adoración preparó a Moisés para su inmediata confrontación con el faraón. La necesidad de adorar a Dios parece ser la base de la demanda divina de que los israelitas fueran libres.
La anticipación de la cercana liberación fue celebrada en las prácticas cúlticas de la Pascua, la fiesta de los “panes sin levadura” y la “dedicación de los hijos varones primogénitos” (Exo. 12:1–13, 16). Estas ceremonias tenían profundo significado teológico ya que ellas recordaban a los judíos su liberación de la opresión de Egipto y el perdón de la vida de los primogénitos.
Cuando los israelitas cruzaron el mar Rojo, Moisés dirigió un culto de acción de gracias. María, la hermana de Moisés, dirigió en la alabanza a Dios mientras el pueblo cantaba (Exo. 15:1–9). A medida que los israelitas viajaban por el desierto, Dios les proveyó para sus necesidades físicas. Les llegó el maná, al cual el salmista se refiere como “el pan del cielo”. Este maná era más que comida: simbolizaba el Shejiná de Dios; esto es, una expresión de la cercanía de Dios para con su pueblo cuando éste le adora.
Con el propósito de que las futuras generaciones pudieran ver este pan con el que Dios había alimentado a sus antepasados, Moisés mandó a Aarón que tomara una vasija y pusiera en ella un gomer (3, 7 litros) de maná, que lo colocara delante de Jehovah para que fuera guardado para los descendientes de Israel (Exo. 16:33). Los creyentes cristianos posteriormente pudieron apreciar la forma en que Jesús habló del maná como de él mismo, el verdadero “pan del cielo” que trae inmortalidad a aquellos que vienen a Jesús y participan de su gracia espiritual (Juan 6:31–35). El período en que acamparon en el monte Sinaí fue propicio para memorables experiencias de adoración. La celebración y proclamación del pacto que Dios hizo con su pueblo a través de Moisés llegó a ser una importante parte de la práctica de adoración hebrea. Honeycutt dice: “Los actos históricos de Dios asociados con la fe de Israel fueron, a menudo, revividos en la adoración, y los principales actos de entrega de leyes y pacto eran, sin duda alguna, parte muy importante en las fiestas religiosas anuales.”
El Señor se reveló a Israel como el Dios que hace el pacto y da instrucciones mediante los Diez Mandamientos, de la forma en que su pueblo debería adorarle. Dios demanda una adoración sincera: “No to inclinarás ante ellas (imágenes), ni les rendirás culto, porque yo soy Jehovah tu Dios, un Dios celoso…” (Exo. 20:5). El significado de la adoración fue resumido con la declaración: “Escucha, Israel: Jehovah nuestro Dios, Jehovah uno es” (Deut. 6:4). Esta expresión que es bien conocida como la Shemá, es recitada en forma antifonal. Cuando la congregación dice la palabra “uno”, el que dirige exclama gozosamente: “Bendecido sea el nombre de la gloria de su reino para siempre jamás.” El término “uno” enfatiza la unidad de Dios con su pueblo. Este concepto es central en el pensamiento israelita.
Antes que los israelitas se fueran del Sinaí Dios instruyó a Moisés para que el pueblo construyera “un santuario, y yo habitaré en medio de ellos” (Ex. 25:8). La palabra “santuario” indica un lugar en el cual la presencia de Dios habita en medio del pueblo. Este paso crucial representa el comienzo de la adoración organizada que toma un nuevo significado con la construcción del tabernáculo.
La palabra “tabernáculo” quiere decir “morada”. La comunión de Dios con los israelitas puede ser entendida predominantemente en cada símbolo usado en el tabernáculo para adorar. Por ejemplo, el arca del pacto simboliza las condiciones del acuerdo con las cuales el Señor dice: “Allí me encontraré contigo… hablaré contigo de todo lo que te mande para los hijos de Israel” (Exo. 25:22). La mesa de los panes de la proposición (de los panes de la presencia) parece simbolizar la presencia de Dios como fuente de la luz de la vida. Estos y otros símbolos actúan para concentrar la atención sobre el significado de Shejiná del Señor (la cercanía de Dios al pueblo). Aún la forma en que estos símbolos eran arreglados enseñan lecciones concernientes al acercamiento a la presencia de Dios.
Es lógico que a la construcción del tabernáculo siga la adoración congregacional como algo instituido. Con la inauguración del sacerdocio del AT comienza una nueva era en la historia de la práctica de la adoración en el pueblo de Israel (Exo. 28; 29; Lev. 8).
La idea de expiación (reparación) se enfatiza con el sacerdocio y el servicio en el tabernáculo. Las divisiones del tabernáculo con su respectivo equipo y uso en el culto simbolizaba una cubierta que separa del pecado. Los que adoraban sólo podían entrar a la sección de más afuera para traer sus ofrendas, (especialmente ofrendas mayores por sus pecados).
Los sacerdotes y levitas eran representantes del pueblo delante de Dios. A ellos les fue permitido entrar al Lugar Santo para que mantuvieran dispuestos los símbolos de comunión, que permitían cubrir los pecados. Unicamente el sumo sacerdote podía entrar en el Lugar Santísimo. El hacía su intercesión como el principal representante del pueblo sólo el día de la Expiación con el propósito de rociar la sangre del sacrificio en el lugar Ilamado propiciatorio. Esta importante práctica claramente establece que los sacrificios fueron condición necesaria para una adoración efectiva. La base para “cubrir los pecados” era la misericordia de Dios. De esa manera, el tabernáculo Ilega a ser el punto central para la comunión con Dios, tanto personal como nacional (Ex. 33:7–11).
Mientras tanto, el tabernáculo como el futuro templo simbolizaba la presencia de Dios en Israel, el concepto de “ser” de Dios no puede ser descuidado. El énfasis de un Dios trascendente está demostrado en el uso de mediadores, representados por los sacerdotes y levitas así como por el diseño del tabernáculo y del templo. Las restricciones concernientes al ingreso de personas a áreas específicas de estas instituciones y el velo del templo eran símbolos de separación y otra indicación de la naturaleza distintiva de Dios.
De acuerdo con el libro de Números, los hombres de la tribu de Leví fueron seleccionados para “servir en el tabernáculo de reunión” (Núm. 8:15). Como mediadores entre Dios y los hombres, los sacerdotes tenían que ofrecer algo en nombre de ellos mismos así como por la congregación. Está claro que ellos también eran pecadores aunque eran sacerdotes. El Señor dio a Moisés la ley acerca de las ofrendas, y le indicó cómo serían practicadas (cuánto, dónde, cómo y a través de quiénes serían hechas). También define el significado de cada ofrenda. Así uno está consciente de que toda la villa de los judíos estaba centrada en Dios porque la vida misma se entiende como una relación entre la humanidad y Dios.
La observancia del reposo instituye un símbolo del tiempo en cuanto a las relaciones del pacto entre Dios y su pueblo. Como el tabernáculo era un lugar y el servicio sacerdotal un ritual o culto, así el sábado era el tiempo adecuado para que el pueblo de Dios recordara el pacto (Exo. 31:12–17). Obviamente, la adoración de los israelitas se entiende mejor como algo que va en un desarrollo progresivo, de acuerdo con las necesidades humanas que aparecen y las demandas divinas.
A pesar de que Israel mantenía estrecho contacto con el Señor a través de la multiplicidad de leyes, ofrendas, sacrificios y días santos, el pueblo decidió seguir sus propios deseos antes que obedecer los mandatos de Dios. La falta de preparación para entrar a la Tierra Prometida y tomar posesión de ella resultó en cuarenta años de vagar por el desierto.
EL TEMPLO Y EL CULTO DURANTE EL PERIODO DE LOS JUECES Y REYES
La entrada a la tierra de Canaán puso a Israel en el punto de transición de su vida nómada a la sedentaria. Esto permitió un mayor desarrollo de su cultura. Las hazañas de Josué y los otros jueces de Israel jugaron un papel importante en la estabilidad en la tierra prometida; así que, los patrones de la adoración hebrea pudieron continuar desarrollándose, especialmente en Gilgal y Silo.
Gilgal fue, probablemente, el primer lugar establecido para adorar a Dios en Canaán. Gilgal llegó a ser un santuario prominente. Cuando Israel acampó en ese lugar levantaron doce piedras traídas del río Jordán para recordar al pueblo que Dios les había hecho pasar a través del Jordán en seco como lo había hecho en el mar Rojo (Jos. 4:23,24).
Desafortunadamente, los israelitas quedaron bajo la influencia del culto a Baal en Canaán. La pureza del culto hebreo se prostituyó por 300 años. Sin embargo, hubo en cada generación algunos hebreos que permanecieron fieles al Señor durante ese período. En el tiempo de Samuel, el arca del pacto llega a ser un fetiche y finalmente es capturada por los filisteos. Aún Silo, que fue un centro de adoración de los israelitas desde Josué hasta Samuel, perdió su preponderancia como el principal santuario de Dios. Como resultado, la adoración, en un determinado lugar, no se menciona desde Josué hasta 1 Samuel. Pero bajo la sabia dirección y sobresaliente integridad del joven Samuel, Israel se dirige por mejor sendero.
El reinado de Saúl, también marcado por numerosas guerras, trae un desarrollo de los músicos. Eventualmente, los israelitas reconocieron que la música tenía un efecto significativo en sus vidas.
Dado que los reyes eran ungidos por Dios, ellos son considerados directores de la adoración. Cuando David fue hecho rey de Israel, cuidó de proveer lo necesario para la vida religiosa organizada, en la cual los músicos jugaron un papel importante en la adoración. Con gran pompa y ceremonia David trajo el arca del pacto a Jerusalén. La puso cuidadosamente en un tabernáculo que preparó con ese propósito. Allí permaneció hasta que Salomón construyó el templo (2 Sam. 6:15).
Es David quien hace los planos para el templo en Jerusalén. Los diseños son muy elaborados pues la adoración sin forma era menos significativa. Se agrega la necesidad de salvaguardar la adoración de la idolatría que rodeaba a Israel.
La adoración en el AT alcanzó su mayor altura durante el reinado de Salomón. El templo en Jerusalén era la más elaborada y magnífica estructura que estaba dedicada a la adoración entre los judíos. Segler resume el relato de la dedicación del templo según 2 Crónicas de la siguiente manera: “Los sacerdotes y los levitas cantores vestidos de lino fino, con címbalos, arpas, liras y trompetas, junto con muchos cantantes hacen oír, al unísono, alabanzas y acción de gracias al Señor. Cantaban: ‘… Porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia,… la casa se llenó con una nube, la casa de Jehovah. Y los sacerdotes no pudieron continuar sirviendo por causa de la nube, porque la gloria de Jehovah había llenado la casa de Dios’” (5:13, 14). Entonces Salomón se arrodilló ante el pueblo reunido y oró una oración de dedicación. Una vez más Dios se manifestó y su gloria llenó el templo. Cuando el pueblo vio la gloria del Señor sobre el templo, se postraron sobre sus rostros a tierra y adoraron y dieron gracias a Dios. Salomón y todo el pueblo ofreció sacrificio delante del Señor. Los sacerdotes hicieron sonar sus trompetas mientras el pueblo permanecía de pie (7:3–6).
La adoración en el templo consistía en cuatro partes principales: 1. Se hacían sacrificios regularmente y en ocasiones especiales. 2. En actitud de adoración y reverencia esperaban mientras el sumo sacerdote regresaba de ofrecer la ofrenda de incienso en el lugar santísimo; después los adoradores se postraban a tierra al sonido de las trompetas de plata. 3. El servicio de alabanza incluía instrumentos musicales, solos vocales o ambos. 4. La oración pública se ofrecía en forma descrita como más corta, media alabanza, media oración.
Según Davies, el templo cumplía tres funciones en la vida religiosa de los judíos: 1. Era un recuerdo permanente de la centralidad de Jehovah y su ley en la vida nacional. 2. También daba oportunidad para la adoración sistemática y regular a Dios en alabanza, oración y sacrificio. 3. Era el lugar de reunión de las asambleas religiosas nacionales que se juntaban en honor de Dios en los festivales del año judío.
LA ADORACION DURANTE EL PERIODO DE LOS PROFETAS
Desafortunadamente, la adoración judía finalmente llega a ser un fin en sí misma. A la madurez espiritual la reemplaza un ritualismo hipócrita y vacío. La adoración llega a ser una actuación tradicional aprendida como una cosa rutinaria en vez de una actitud adecuada del corazón. Israel ensucia su verdadera religión con compromisos políticos por incluir ídolos y prácticas cúlticas de sus vecinos paganos en su propio templo para su adoración. Pero Dios levantó profetas para advertir a Israel de su juicio inminente contra ellos. Los profetas clamaban por justicia, bondad y una relación espiritual verdadera con el Señor. El juicio de Dios cae sobre Israel cuando Nabucodonosor captura Jerusalén saqueando y destruyendo la ciudad, robando y profanando el templo, y deportando a los judíos a Babilonia.
LA ADORACION DURANTE Y DESPUES DEL CAUTIVERIO
Aunque el cautiverio fue consecuencia de la falta de cumplir con las instrucciones de Dios, no fue sin algunas bendiciones. La vida en una tierra extranjera con cultos paganos trae a los israelitas a un sentido común, les cura de su idolatría y tendencias politeístas. El monoteísmo es así afianzado. Nunca más Israel interrumpe su adoración al verdadero Dios.
La sinagoga judía fue probablemente instituida durante ese tiempo en respuesta a la sentida necesidad de educar a sus hijos en la herencia de sus antepasados y en la ley de Moisés. El culto en la sinagoga era sencillo e incluyó la lectura de las Escrituras, oración e instrucción. Al comienzo, la música se usa poco en la adoración en la sinagoga, probablemente a causa de los malos tratos recibidos en su alejamiento de la tierra patria (Sal. 137:1–7). Así, el canto se transformó en un lamento.
El estudio de las Sagradas Escrituras dio a los israelitas un nuevo y profundo respeto por la ley de Moisés. Negativamente, se desarrolló un espíritu de legalismo exagerado que caracteriza al judaísmo en el período del NT.
Además, el pueblo que vivió en cautividad se inclinó más a buscar la liberación. Ya que los profetas anunciaron la venida del Mesías, el pueblo comenzó a desear el cumplimiento de su venida.
Después que el rey Ciro de Persia permitió a los judíos volver a su tierra natal, se construyó el nuevo templo en Jerusalén. Este segundo templo era menos elaborado que el anterior y no tenía el arca del pacto en el lugar santísimo. Sin embargo, el templo permaneció como el lugar central para la adoración de los judíos. Junto con su indicación de la presencia de Dios con su pueblo, el nuevo templo reflejaba una dedicación renovada al Señor por parte de los judíos. En cuanto a prácticas cúlticas en el templo, los coros probablemente cantaban diferentes colecciones de salmos. La fiesta de los tabernáculos se cambia por tres festividades llamadas “día de año nuevo”, “día de expiación” y “fiesta de los tabernáculos”.
LA ADORACION EN LA IGLESIA NEOTESTAMENTARIA
Los primeros cristianos continuaron asistiendo y enseñando en forma regular en las sinagogas. Fuera de Jerusalén estos centros de enseñanza y de prácticas cúlticas sobrepasaron al templo en su influencia. Las expresiones cúlticas de la adoración eran muy sencillas. El culto consistía de cinco partes: 1. Lectura de las Escrituras y su interpretación. 2. Recitación del credo judío, el Shemá (Deut. 6:4). 3. El uso de salmos, los Diez Mandamientos, la bendición y el amén. 4. Las oraciones. 5. La oración de santificación, o el Kedusháh Judío, que llegó a ser en la tradición cristiana, el “Santo, Santo, Santo” (Ter Sanctus).
Estas son algunas de las diferencias básicas que hay de la adoración en la sinagoga y el templo. Ya que el propósito primero de la sinagoga era la purificación de la fe judía a través de la enseñanza, los cultos eran menos formales que la adoración en el templo. El maestro era la figura preponderante de la sinagoga. En cambio, en el templo lo era el sacerdote. Además, el pueblo era participante activo en la adoración en la sinagoga, pero era más pasivo en el templo.
Además de los discípulos, el apóstol Pablo también usó las sinagogas para hacer contactos con los judíos en sus viajes misioneros. Sin embargo, el mensaje cristiano fortalecido por la llegada del Espíritu Santo, llega a ser demasiado fuerte para los otros judíos. Los discípulos, esforzadamente, tuvieron que abandonar las sinagogas y establecer sus propios lugares de reunión. El resultado fue positivo, puesto que descubrieron la suficiencia de su fe en Cristo. También, los discípulos hallaron una nueva libertad para adorar al Señor según la inspiración del Espíritu Santo.
Los creyentes bautizados comenzaron a reunirse en hogares y en otros lugares para ahondar el sentido del compañerismo (koinonía), para instrucción o simplemente para adorar juntos. Se desarrolló un verdadero sentido comunitario a medida que los cristianos en Jerusalén “perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hech. 2:42).
Los primitivos cristianos llevaron a sus congregaciones algunas prácticas cúlticas usadas en la adoración en la sinagoga. Sin embargo, la iglesia del NT llegó a ser una institución con derechos propios, que surgen de la naturaleza inherente de los creyentes en la fe de Jesucristo. Así, las prácticas difieren de aquellas en las sinagogas judías en varias maneras, como lo indica Phifer: 1. Los cristianos usaban los escritos de sus propios líderes tales como las cartas de Pablo y los Evangelios con relatos de la vida de Jesús y, probablemente, con recolecciones verbales referentes a ellos. 2. También usaban salmos para expresar alabanzas en la adoración cristiana. Nuevos himnos eran agregados, escritos por creyentes cristianos, tales como los que se encuentran en las cartas de Pablo. 3. El bautismo y la cena del Señor eran adiciones distintivas en la adoración cristiana. Hay diferencia entre las fiestas o comidas de compañerismo y la cena del Señor como un memorial o recordatorio. La celebración de la cena del Señor era el principal motivo para que los hermanos se reunieran. 4. Había un espíritu de entusiasmo y fervor en la adoración cristiana producido por la toma de conciencia de que el Espíritu Santo había venido a hacer que Cristo reinara en medio de ellos. El énfasis estaba en Jesucristo resucitado. 5. La adoración cristiana difería de la adoración de los judíos también en referencia al tiempo y lugar. El día del Señor, el primer día de la semana, llegó a ser el día de adoración de los cristianos en memoria de la resurrección de Cristo. Pero los cristianos no estaban limitados a ciertos lugares o reuniones porque ellos tenían la promesa de la presencia de Cristo (Mat. 18:20). Los primitivos cristianos no tuvieron lugares específicos de reunión porque esto no sucedió sino hasta el siglo lll cuando se construyeron los primeros templos cristianos.
Con las prácticas de la observancia de la cena del Señor, los discípulos bautizados no necesitaron más el sistema de sacrificio en la adoración en el templo de Jerusalén. Jesús es el Cordero pascual que murió una vez para siempre por todos los pecadores. El sacrificio del NT es ahora asunto de negarse a sí mismo y vivir para el Señor. La presentación de vidas santas dedicadas al Señor llega a ser el “sacrificio vivo” y el “culto racional” de los creyentes cristianos (Rom. 12:1).
EL USO DE LA MUSICA EN LA BIBLIA
Históricamente el origen de la música es bastante oscuro y profundamente enraizado en la historia de la humanidad. Los eruditos de la música en la antigüedad no han podido determinar si tiene origen como algo funcional o como un vehículo práctico, o si es inherente a los seres humanos como un medio de expresar sus emociones. Es posible que la música tuvo un propósito utilitario más que el mero placer que podía producir. Es decir, la música era de interés para las recitaciones poéticas y para la danza, o estaba asociada con ceremonias de muerte, nacimiento, pubertad, bodas y adoración primitiva.
Nuestro conocimiento de esa música proviene principalmente de las representaciones de instrumentos musicales y de los que tocaban, encontrados en objetos de cerámica o en los frisos de edificios o mosaicos. También, nuestro conocimiento es limitado por falta de un buen método de notación musical.
Una de las teorías avanzadas acerca del origen de la música es que ésta fue usada para acompañar las expresiones religiosas primitivas. Así que la música venía a ser la “sirvienta” de la religión. Se dice que virtualmente todas las religiones emplean música de algún tipo para expresar emociones y para unificar la participación del grupo.
Parece que civilizaciones posteriores recibieron el legado de numerosos instrumentos musicales y, posiblemente, algunas de sus ideas musicales del Cercano Oriente. Las dos civilizaciones más antiguas que alcanzaron significativa expresión musical fueron la sumeria y la egipcia. Algunos de los registros más antiguos de un sistema musical han sido descifrados de tablillas de arcilla usadas por los sumerios. Usaron cantantes en los cultos en sus templos. Los babilonios, que fueron los sucesores de los sumerios, continuaron sus prácticas musicales.
Tambores, panderetas y sonajeros primitivos se encontraron en excavaciones de sitios anteriores al año 3000 a. de J.C. Pinturas y bajorrelieves en Susa, hechos antes de 2600 a. de J.C. muestran músicos a las puertas de su templos tocando flauta, oboe, corno e instrumentos de arco. Arpas, como las actuales, fueron halladas en Babilonia, donde se usaban arpas de doble cuerda en posición vertical u horizontal, laúdes, cornos curvados y trompetas rectas de bronce desde antes de 2000 a. de J.C.
Para los judíos primitivos, era extraño el concepto de la música como una función aparte de lo normal en la vida diaria. La música era, sin lugar a dudas, una parte básica y orgánica de la vida diaria. Los hebreos pudieron aprovechar lentamente la vasta riqueza musical desarrollada por otros países orientales; sin embargo, se sabe muy poco de las prácticas musicales en la adoración. Excepto por algunas ocasiones específicas, tales como la vuelta del arca del pacto a Jerusalén y la dedicación del templo de Salomón, poco se sabe de cómo usaban los judíos la música en sus experiencias de adoración. Hay, sin embargo, suficientes referencias en el AT para convecernos de que la música jugaba un papel importante en la vida religiosa hebrea.
Las primeras expresiones de música en el NT pudieron haber sido las canciones acerca del nacimiento de Jesús: 1. Magníficat, el cántico de María antes del nacimiento de Jesús (Luc. 1:46–55). 2. Benedictus, el cántico de Zacarías, el padre de Juan el Bautista (Luc. 1:68–79). 3. Gloria en Excelsis Deo, el cántico de los ángeles en el nacimiento de Jesús (Luc. 2:13, 14); 4. Nunc Dimittis, la bendición de Simeón dada al niño Jesús en el templo (Luc. 2:29–32).
La música que Jesús conoció como hombre es principalmente la música judía del templo y de la sinagoga. Nada se dice en las Escrituras acerca de su participación en el canto congregacional. Aunque hay silencio en esta materia, eso no significa que Jesús estaba conforme o no con el uso de la música usada en la adoración.
La música es mencionada tres veces durante el ministerio público de Jesús, dos de las cuales ocurren durante los últimos días de su ministerio terrenal: 1. Hay una breve mención de flautistas en conexión con la muerte de la hija de Jairo (Mat. 9:23); 2. Durante la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén (Mar. 11:8–10); 3. En el aposento alto durante la cena del Señor cuando cantaron un himno (Mar. 14:26).
Dado que los creyentes de ese tiempo no tenían escritas sus declaraciones de fe y doctrina cristianas, el texto de sus cantos e himnos puede haber sido un medio muy importante para preservar en alguna manera sus espíritus en alto en tiempos de persecución. Los primeros cristianos oraron (y presumiblemente cantaron) una expresión de gratitud por la liberación de Pedro y Juan de la prisión (Hech. 4:24–30).
Pablo y Silas cantaron himnos a medianoche de tal manera que otros podían escucharles (Hech. 16:25). Hechos no nos informa lo que ellos cantaron. Quizá fueron salmos o algo que ellos improvisaron.
Las epístolas de Pablo contienen consejos específicos concernientes al uso de la música en la adoración. Efesios 5:19 y Colosenses 3:16 nos ponen en el centro del pensamiento de Pablo en referencia al uso de la música en la iglesia. Pablo amonesta a los creyentes a hablar entre sí con “salmos, himnos y canciones espirituales”. La salmodia se refiere a la entonación de los salmos judíos y los cánticos y doxologías basados en ellos. Los himnos eran cantos de alabanza de tipo silábico, es decir, cada sílaba se canta con una o dos notas de melodía. Los himnos eran compuestos por los creyentes mismos. Los cánticos espirituales eran aleluyas y otras canciones de júbilo o de carácter extático, ricamente ornamentadas.
En la segunda mitad del siglo l la música en la adoración cristiana tendió a mezclarse con las culturas hebrea y griega. Los cristianos habían abandonado el profesionalismo de templo así como de la sinagoga judía en cuanto al uso de la música. Aquellos que cantaban o hablaban en público eran a menudo seguidos por un inmediato canto de respuesta de parte del grupo reunido. Estos primitivos cristianos eran obviamente fervientes cantantes: “¿Está alguno alegre? ¡Que cante salmos!” (Stg. 5:13).
La música está asociada con algunos pasajes paulinos adicionales que tienen estructura parecida a la de un himno. Algunas de estas referencias son: Efesios 5:14; 1 Timoteo 3:16; 6:14, 16; 2 Timoteo 2:11–13.
El Apocalipsis de Juan provee para nosotros una “revelación” de la música celestial que cantarán los coros en el cielo. Ningún coro terrenal podría alcanzar la magnitud de la gran multitud cantando el canto de Moisés y del Cordero. Dice Horder: “El Apocalipsis de Juan está lleno de resplandecientes referencias al canto como la máxima expresión del sentimiento de adoración, indicando que tanto en el futuro como en el pasado constituye una de las más nobles maneras de realizar la alabanza.”
(Carro, D., Poe, J. T., Zorzoli, R. O., & Editorial Mundo Hispano (El Paso, T. 1993-))